miércoles, 7 de diciembre de 2011

Parece ser que Locke tenía menos razón que Chomsky

(Artículo publicado en Catalunya Religió. Mar 28/11/2011)

Asistí recientemente a una conferencia sobre "la transparencia del pensamiento humano", del prestigioso investigador Mariano Sigman, investigador sobre la conciencia, el pensamiento y el lenguaje desde la neurobiología del cerebro. Investigación neurobiológica pura, vaya. La conferencia formaba parte de un ciclo de conferencias sobre cerebro y sociedad impulsado por la Dra. Mara Diersen, activa investigadora en neurociencias y antigua profesora de Blanquerna.

Fue elocuente la explicación de un experimento interesante utilizando técnicas de neuroimagen cerebral: Escuchar palabras activa en los adultos los lóbulos temporales y un área denominada área de Broca, en el cerebro. Esto era ya un fenómeno conocido. El área de Broca está implicada en la articulación del habla. Hasta ahora se pensaba que escuchar activaba esta área de Broca porque hemos aprendido simultáneamente de pequeños a escuchar y a hablar. Sin embargo, explicaba Sigman, repitiendo este mismo experimento con bebés de cuatro meses, ha resultado que en ellos escuchar palabras activa las mismas áreas, área de Broca incluida, cuando no han aprendido todavía a pronunciar palabras. Esto es un signo claro para los  neurocientíficos de que el cerebro, al nacer, está preparado estructuralmente para desarrollar el lenguaje.

Así la hipótesis de Chomsky de que nacemos con un dispositivo innato para la adquisición del lenguaje se vería con esta reciente investigación muy reforzada. En cambio las versiones anti-innatistas que tienen su referente más destacado en la perspectiva de John Locke no tendrían base real en el funcionamiento cerebral. Por lo tanto un ambientalismo lingüístico puro, al estilo Skinner o Bloomfield, quedaría en entredicho.

En el momento de las preguntas al conferenciante, a un científico del público le costaba aceptar tener que renunciar a la idea de la "tabula rasa", y al muy seductor ambientalismo relativista, tan presente en la ciencia de base empirista. La ontología realista parecía perder su fundamento. Me pareció significativo. Pero era a partir del resultado de la propia ciencia y de la aplicación del método científico, a partir de investigaciones publicadas en prestigiosas revistas científicas, como se llegaba a esta conclusión. Es decir no era ya una cuestión ideológica o de preferencia. El antiinnatismo no tendría la base científica que se le suponía. No nacemos en estado de "tabula rasa", dijo Mariano Sigman.

Y eso, claro, tiene consecuencias. La cultura, entendida como producto del cerebro, no sería una construcción arbitraria y relativa. Sería razonable pensar que la cultura respondería a unas estructuraciones dadas que tienen orígenes previos a la experiencia individual. El relativismo puro perdería fundamento. Esta línea de pensamiento debilitaría algunas de las bases en las que se fundamenta la cosmovisión cientificista pura al estilo Frazer (1890). Además, si hay estructuras innatas, también desde la neurobiología se podrá entender y explicar el corazón del hombre y la inevitable dimensión antropológica que lo abre a la espiritualidad y la religión. La ciencia de base empírico-lógica o positivista no podría dar cuenta de toda la Verdad. No es muy nuevo llegar aquí, ya lo sé, pero si que es nuevo que se llegue desde las neurociencias basadas en la neuroimagen funcional del cerebro.

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